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A propósito de los 100 años de la Provincia Eclesiástica de Costa Rica (VI): Las explicaciones políticas y diplomáticas de su origen

La participación del Estado costarricense en la elección de los nuevos obispos y hasta en la división territorial de la Provincia Eclesiástica del país respondía a las buenas relaciones entre en la Santa Sede y Costa Rica. Lo cual es inobjetable y las fuentes lo confirmaron.

Sin temor a equivocación y en términos diplomáticos se puede decir que la Santa Sede le “debía” un favor a Costa Rica. País que le abrió de par en par las puertas para establecer en su territorio una sede para sus representantes en el Istmo centroamericano. Esto le permitió a Roma crear relaciones no solo diplomáticas y religiosas, sino también conocer qué sucedía en diversos ámbitos en la región, gracias a los informes que realizaban sus delegados. 

Tampoco se debe olvidar la escogencia de Costa Rica como sede para los enviados papales a Centroamérica, pues esto fue también un espaldarazo de Roma al país, ya que con esa confianza demostró que esta nación era un lugar “tranquilo y civilizado”, donde los delegados apostólicos podían trabajar en calma. Por ejemplo, el mismo Cagliero le comunicó a la Santa Sede que en Costa Rica, a pesar de sus gobiernos liberales, él y sus sucesores podrían trabajar en paz, pues su clase gobernante era diferente al resto de Centroamérica. En particular indicó que en Costa Rica él se sentía seguro y que su correspondencia era respetada, cosa que no pasaba en Guatemala, por ejemplo, donde indicó que durante el breve periodo que trascurrió durante su visita en 1910 Estrada Cabrera le controló su correspondencia. 

A grandes rasgos los otros enviados papales confirmaron lo indicado por Cagliero. En particular cuando expresaron que preferían escribir desde Costa Rica cualquier informe, porque en los otros países del área era casi predecible que les abrieran sus cartas.

Esta cordialidad se gestó desde hacía años, pero de manera particular luego de 1886, año del regreso de Thiel de su exilio, después de esa fecha las relaciones Estado-Iglesia fueron de una armonía constante. Esto no quiere decir que no hayan existido fricciones entre ambas instituciones, pero nunca más se dio la expulsión del obispo de San José o de órdenes religiosas residentes en país, como si pasaba en el resto del Istmo. Dentro de la historia de las relaciones Iglesia-Estado en Costa Rica y en el periodo estudiado, hay un sin fin de hechos que demuestran el trabajo en conjunto entre ambas instituciones para llevar adelante sus planes fuera en el ámbito político o religioso. En particular en el proceso de poder y control de los ciudadanos-creyentes y el espacio geográfico.

Ante esta concordia, Roma con su vasta experiencia diplomática accedió a que el gobierno de Costa Rica propusiera una posible terna de candidatos para las nuevas sedes episcopales. Un ejemplo de ello data de 1904, cuando el mismo gobierno fue el que indicó que Stork podía ser el elegido para suceder a Thiel. Por ende, no es nada extraordinario que también presentara sus candidatos en el periodo 1917-1920.

Esto no quiere decir que Roma se dejaba imponer candidatos por simple antojo del Estado. La realidad es que deseaba mantener muy buenas relaciones con un país amigo, que luego de denunciado el concordato aún continuó con la manutención del obispo, el Seminario, el Cabildo y las parroquias incongruas. Además, dejaba que el clero secular y las órdenes y congregaciones religiosas trabajasen con tranquilidad. También permitía la entrada al país de nuevas órdenes religiosas, como fue el caso de los Salesianos a inicios del siglo XX, sin olvidar todas las facilidades que se dieron para que la Delegación Apostólica tuviese su casa en Costa Rica. 

Otro ejemplo que muestra que Roma no se dejaba, por lo menos para el caso costarricense, imponer todo lo que los gobernantes deseaban y que respondía más a diplomacia que a otra cosa fue el caso de Mons. Monestel. Él nunca apareció en las listas del gobierno civil, pero Roma deseaba darle una diócesis, pues no deseaba obispos sin sede. Por ello, Roma, en su rápido accionar de inicios de 1921, lo nombró obispo de Alajuela y de nuevo realizó un jaque mate. Le dio sede a un obispo sin silla, pero complació al Estado costarricense nombrándolo en un lugar donde su injerencia política sería menor, a que si lo hubiera sentado en la Catedral de San José.

Todo lo anterior es una excelente muestra del do ut des romano; doy para que me des, y de cómo se mantienen buenas relaciones diplomáticas. Pareciera que Roma dobló mucho el brazo: accedió el cambio de sede, de Puntarenas a Alajuela, que Castro fuese arzobispo y no permitir el ascenso arzobispal de Monestel. Sin embargo, si se analiza con cabeza fría, Roma ganó la partida.    

Primero, consiguió la creación de la provincia eclesiástica. Segundo logró que en Costa Rica existiesen más obispos con sede y con ello que la evangelización llegase a lugares más remotos y con mayor facilidad. Tercero, Castro fue arzobispo, no por decisión final del gobierno civil, sino por ser el principal candidato de la Internunciatura, voz que influye en Roma (porque de Roma llega, lo que a Roma va). Cuarto, se dio sede a un obispo sin cátedra. Quinto, logró crear un vicariato apostólico en la región donde más protestantes habitaban en el país: Limón. 

Sexto, se logró que el Estado costarricense diera de su propio presupuesto dinero para el mantenimiento de las nuevas sillas episcopales y sus obispos y hasta para la propagación del culto católico, acto que hacía desde muchos años atrás. 

Todo lo anterior, sin estar ya en vigencia el concordato. En síntesis, el Estado consiguió que se nombraran hombres que no fueran una piedra en el zapato en su modo de gobierno y Roma accedió, porque desde siempre buscó sacerdotes que además de buenos católicos no generaran problemas con el gobierno civil. Esto explica los motivos del por qué la Santa Sede permitía la “intromisión” en decisiones eclesiástica del Gobierno civil costarricense. Los motivos religiosos de los nuevos nombramientos se expondrán en la séptima entrega.


José Aurelio Sandí Morales

Universidad Nacional

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