A propósito de los 100 años de la Provincia Eclesiástica de Costa Rica (VIII): Mons. Rafael Otón Castro Jiménez, primer arzobispo de San José
La noticia de que Costa Rica tendría su propia Provincia Eclesiástica no pasó desapercibida dentro de los habitantes del país. En sí, se volvió en un hecho de realce e importancia para el año de 1921, en el cual también se conmemoraba el centenario de la independencia del antiguo Reino de Guatemala de España.
Muchos vieron el acto como un elemento más en la conmemoración del suceso independentista, aunque como ya se ha demostrado, no respondió propiamente a algo orquestado por la Santa Sede en relación con el centenario de la independencia.
Como el hecho era de tanto realce los periódicos del momento hicieron notas y reportajes sobre la nueva división eclesiástica, así como de Mons. Castro, en particular por ser el arzobispo de San José.
El hecho tuvo connotaciones nacionales, así como centroamericanas. Los periódicos y los periodistas, como es la costumbre presentaron el eterno error de que el arzobispo era el jefe del resto de obispos residente en el país. Sin embargo, a pesar de este inconveniente se dieron a la tarea de describir al detalle varios hechos de su consagración que dejan claro los elementos nacionales y centroamericanos que tuvo la consagración del hijo de Procopio Castro Rodríguez y María Jiménez Castro.
Por ejemplo, periódicos como “La Tribuna”, el “Diario de Costa Rica” entre otros presentaron reseñas de Castro Jiménez y de los hechos acaecidos el día de su consagración.
El “Diario de Costa Rica”, publicó 2 de agosto de 1921 una entrevista que le había realizado de manera previa a Rafael Otón Castro. En ella el futuro arzobispo indicaba que le gustaba desde niño el canto, la poesía, en particular la latina. Lo que confirmaba su gran conocimiento de dicha lengua, así como del griego. De igual manera indicó el esfuerzo que tuvo que realizar Mons. Thiel para convencer a sus padres para dejarlo ir a Roma a estudiar desde la temprana edad de 12 años. Una muestra inequívoca de su madurez desde niño fue la aseveración de que la idea de irse para Roma “le entusiasmaba” más que aterrorizarlo.
En esa misma reseña comentó que había tenido la oportunidad de conocer países como: Francia, Inglaterra, Bélgica, Grecia y de Alemania la ciudad de Colonia, así como Oriente donde fue con quién ya era “mi amigo y colega hoy Monseñor Piñol y Batres” y pudo conocer las “imponentes pirámides, el Cairo comercial, la Gruta de Belén, donde tuve la dicha de celebrar el 24 y 25 de diciembre de 1908” así como Turquía, navegar el Mar Negro y atravesar el Bósforo.
Mons. Rafael Otón Castro Jiménez, I arzobispo de San José (1921-1939) Fuente: AHABAT, Fotografía, 711 |
Ahora bien, Mons. Castro escogió que fuese un 2 de agosto el día de su consagración. Fecha muy simbólica para todos los costarricenses, pues es el de la fiesta de la Virgen de los Ángeles. Este hecho deja claro dos datos. El primero es que aún no existía la tradición del que el Ordinario de San José fuese de manera constante a celebrar la fiesta a Cartago. Segundo la romería, si bien había gente que la practicaba desde hacía muchos años, no era para entrado el siglo XX el evento que es ahora. La romería mal que bien se maximizó luego de la coronación de la Virgen en 1926 y de la declaratoria de día feriado por parte del gobierno de Ricardo Jiménez en 1932. La elección de una fecha tan significativa respondía a ese carácter nacional que se deseaba dar a la celebración de la creación de la Provincia Eclesiástica.
Otros elementos que dejaron claro el carácter nacional de la celebración fue el regalo del báculo del nuevo arzobispo, que provenía de la provincia de Cartago, donde había sido párroco desde 1904 hasta 1911. Así como la participación asidua que tuvo dicha celebración, pues “La Tribuna” publicó en su edición del 4 de agosto que fue tanta “la concurrencia enorme que invadió la Iglesia Metropolitana… que millares de gentes se apiñaron en las naves, donde alternaron la gran dama y la campesina humilde, el obrero y el potentado”. Lo anterior unido a la presencia de los tres presidentes de los poderes de la República, el teósofo Julio Acosta García (del Ejecutivo), Arturo Volio Jiménez (del Legislativo) y Nicolás Oreamuno Ortiz (del Judicial).
El carácter centroamericano se vio con los presentes, pues asistió casi la totalidad del cuerpo diplomático acreditado en el país. Obvio Mons. Marenco, Internuncio para la región, fue el obispo consagrante, a la vez se contó con la presencia de Mons. Monestel y Mons. Bernaus, vicario apostólico de Bluefields.
El acto fue un hecho más en la larga lista de acciones que demostraron la concordia entre el poder civil y religioso en Costa Rica. No hubo autoridad civil ausente al evento. Los padrinos de consagración de Mons. Castro fueron Alfredo Gonzales Flores y Aquiles Acosta, ambos políticos de renombre para aquellos años. No se puede olvidar que su consagración revestía tintes nacionales, por ende, no fue de extrañar que luego de concluida la ceremonia y el arzobispo saliera al atrio de la catedral, “la banda de San José ejecutó el Himno Nacional y hubo una emoción profunda, que se reflejó en todos los semblantes”.
Lo anterior fue una muestra de la fuerza del vínculo, que pareciera perenne, entre el poder político y religioso en Costa Rica. Como muy bien lo dijo el representante pontificio Mons. Marenco al indicar que: “Ante todo es con satisfacción profunda que veo aquí reunidas en un mismo ágape las supremas autoridades civiles y religiosas de Costa Rica, patentizando la cordial intimidad de pensamientos e ideales, que las une para el bien de la Patria”. De esto modo se concluyó no solo la creación de la Provincia Eclesiástica de Costa Rica, sino la toma de posición de Mons. Castro, como primer arzobispo de San Jose.
Aclaro que toda esta información y otras más se encuentran en un libro que se publicará en el 2021, titulado “La Santa Sede en Costa Rica 1870-1936…”, en el cual expondrá el proceso de romanización en Costa Rica, así como las relaciones políticas, diplomáticas y religiosas entre el gobierno del país y la Santa Sede.
José Aurelio Sandí Morales
Universidad Nacional
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