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A propósito de los 100 años de la Provincia Eclesiástica de Costa Rica (VII): El proceso de romanización y su impactó en la designación de los nuevos obispos

¿Por qué llegaron a ser obispos de las nuevas sedes catedralicias Rafael Otón Castro Jiménez, Antonio del Carmen Monestel y Agustín Blessing? La respuesta no se encuentra solo porque el Estado lo deseaba, como se indicó en la última entrega. Ésta se encuentra más bien en un proceso que se llama la romanización de los fieles y ministros ordenados que Roma impulsó para el caso de América Latina luego de 1830, pero que en Costa Rica se profundizó luego del episcopado de Mons. Thiel en 1880.

Antes de explicar dicho proceso se debe aclarar cómo fue el nombramiento del paulino Agustín Blessing en el vicariato apostólico de Limón. Desde el inicio de los planes de división de la diócesis de San José se indicó que en Limón se crearía un vicariato atendido por los paulinos de la provincia de Colonia, Alemania, residentes en Costa Rica, pero que el hombre escogido debía ser de la confianza de Mons. Stork. Cuando apareció el nombre de Agustín Blessing no se habló de otro más. Desde Roma se presentó al Cardenal Guillermo Won Rossum, Prefecto de la S. Congregación de Propaganda Fide, al lazarista Blessing como candidato, ya que este órgano sería el que financiaría en cierta medida la misión en el Caribe costarricense. La nómina fue aceptada en 1922 y Blessing se convirtió en el primer vicario apostólico de Limón y en esta determinación el Estado no dijo mayor cosa.

Por su parte, en los casos de Castro y Monestel terminaron asumiendo sedes catedralicias porque eran hombres de la confianza de la curia Romana. Los dos estudiaron en la Ciudad Eterna. Por ejemplo, Castro se fue para Roma a la temprana edad de los 12 años y allá obtuvo tres doctorados: Teología, Filosofía y Derecho Canónico, en la Universidad Gregoriana. Todo esto por el impulso que Mons. Thiel le dio desde que era niño. 

Por su parte, Monestel había estudiado en Roma y se había graduado de la Gregoriana y en la Academia Romana. Su renuncia en Honduras respondía a choques con el gobierno hondureño y a políticas de la Santa Sede, no a problemas de fe, dogma o moral.

A su manera, los dos demostraron a lo largo de su vida ser obedientes a Roma y al papado. Los dos ejercieron cargos que desde la Ciudad Eterna se les solicitó realizar fuera de las fronteras costarricense, esto por su celo, fe y obediencia a la Santa Sede. Por ejemplo Mons. Castro fue Vicario General de la diócesis de Granada, Nicaragua, en ausencia de Mons. José Piñol y Batres. Como ya se ha dicho Mons. Monestel había sido obispo auxiliar de Honduras con derecho a sucesión de Mons. Martínez. 

Como seres humanos a los dos se les pueden hacer críticas por uno o por otro aspecto de sus vidas, pero era una constante en ellos su adhesión a lo indicado por el Papa. Para ambos, la figura del papado era fundamental dentro de su fe. Muestra de ello fueron sus recurrentes muestras de adhesión a devociones que luego de la Revolución Francesa Roma utilizó para llevar adelante su proyecto romanizador. Proceso que se caracterizaba por una unión fuerte, centralizada, estrecha e irrestricta con la figura del Santo Padre, cabeza visible de la Iglesia y Vicario de Cristo en la Tierra. 

Ambos promovieron y propiciaron la romanización en Costa Rica que tanto deseaba Roma. Por ejemplo, Monestel era un asiduo propagador del culto al Corazón de Jesús e incentivó durante su episcopado la entronización de esta devoción en las casas de sus fieles y hasta en presidios como el de San Lucas. Por su parte, Mons. Castro además de dedicar especial atención a la devoción al Corazón de Jesús en su episcopado, junto con Mons. Blessing se dieron a la tarea de construir el monumento a Cristo Rey, que aún se encuentra, aunque abandonado, en el Cerro de Ochomogo. Sin olvidar su función en establecer la Acción Católica en Costa Rica, como bien lo solicitaba Su Santidad, Pio XI. A la vez, los dos enviaron seminaristas y sacerdotes a estudiar a Roma, como La Santa Sede lo solicitaba.


Monumento a Cristo Rey en el Cerro de Ochomogo.
Fuente: José Aurelio Sandí Morales.


Lo anterior es muestra y confirmación que el proceso de romanización impulsado por La Santa Sede desde hacía ya muchos años caló en estos dos hombres. Además de su unión al sucesor de San Pedro, contribuyeron a propagar las ideas, las fiestas religiosas, las devociones y el modo de pensar que desde Roma llegaban. Se puede afirmar sin temor alguno que Roma buscó hombres fieles y leales a ella. Castro y Monestel, a su modo, lo eran. 

Como conclusión general, este proceso de creación de la Provincia Eclesiástica de Costa Rica involucró diversos aspectos. Entre ellos los religiosos, los políticos, los diplomáticos, los sociales y hasta los doctrinarios. El gran ganador de todo esto fue sin duda la Iglesia católica costarricense y, por ende, la historia del país. La Santa Sede consiguió extender el radio de acción de los obispos. Los fieles lograron tener mejor acceso a los sacramentos y se produjo un incremento de vocaciones sacerdotales y religiosas. Por último, el vínculo con el Obispo de Roma se estrechó cada vez más tanto entre los ministros ordenados como en los fieles.


José Aurelio Sandí Morales

Universidad Nacional

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