Como se vio en la entrega anterior el encargado de llevar a delante la división de la diócesis de Costa Rica por designio de Roma era Mons. Cagliero. Este último, así como Stork, obispo de San José, estaban de acuerdo en la división, el problema es que no estaban de acuerdo en el tipo de división geográfica que se debía hacer, lo cual generó, unido a otros elementos, grandes discusiones entre ambos.
Cagliero propuso, influenciado por el presbítero Antonio Monestel, la siguiente división: una arquidiócesis en San José, que atendiera la totalidad de las provincias de San José, Cartago y Limón y una diócesis de Alajuela que comprendiera la totalidad de las provincias de Alajuela, Heredia, Puntarenas y Guanacaste.
Por su parte, Stork deseaba: una arquidiócesis en San José cubriendo las provincias de San José, Cartago, Heredia y Alajuela, pero sin los territorios de San Ramón, Orotina y San Mateo, que estaría a cargo del obispo de la diócesis de Puntarenas que también cubriría a la provincia de Guanacaste. Esta sede la atenderían los frailes capuchinos. Por último, un vicariato apostólico en Limón, atendido por los lazaristas residentes en Costa Rica, pues las costas eran vistas como zonas de misión.
Como se puede notar las propuestas eran antagónicas y a final de cuentas por causa del inicio de la Primera Guerra Mundial y el llamado desde Roma a Mons. Cagliero en 1915, para recibir la birreta cardenalicia, evitaron realizar la división de la diócesis-país de Costa Rica. Sin embargo, para 1917 y en medio de la dictadura de los Tinoco arribó al país Mons. Marenco, primer Internuncio de la región, y con su llegada regresó la idea de la división eclesiástica.
Valentín Nalio, el secretario de la Internunciatura, le comunicó a Mons. Marenco cómo estaban las cosas. Le informó lo siguiente: una arquidiócesis en San José, compuesta por las provincias de San José, Cartago, Heredia y Alajuela (menos San Ramón, Orotina y San Mateo), una diócesis o un vicariato apostólico en Puntarenas, que comprendía las provincias civiles de Puntarenas, Guanacaste y los territorios segregados a Alajuela, pero ahora atendida por los dominicos, y el vicariato apostólico de Limón pastoreado por los lazaristas.
Marenco y Stork estuvieron de acuerdo en realizar la división. Sin embargo, por lo tenso del ambiente político y lo inestable de la dictadura de los Tinoco, el tema no se profundizó. Lo anterior porque el mismo Nalio le indicó a Marenco que por presiones de los Estados Unidos la dictadura tenía sus días contados.
Tras la caída del gobierno dictatorial, las intenciones por crear la provincia eclesiástica se retomaron. El problema fue que se dieron nuevos inconvenientes. Por ejemplo, la intromisión de Antonio Monestel que deseaba ser obispo de una de las sedes y la muerte de Mons. Stork en 1920.
Mons. Monestel, sin permiso ni autorización de nadie, como lo indicó Mons. Marenco muy molesto en una carta a la Secretaría de Estado en Roma, había ido hablar con Francisco Aguilar Barquero (cabeza del gobierno de transición mientras se realizaban las elecciones que dieron como vencedor a Julio Acosta), para proponerle su idea de división de la diócesis de San José.
Esta división era: una arquidiócesis de San José compuesta por el territorio de las provincias de San José, Cartago y Limón, con un total de 234.535 habitantes; una diócesis con sede en Alajuela, ya que indicaba que el puerto de Puntarenas, por experiencia propia, era un lugar insalubre y sin dinero para mantener una sede episcopal, compuesta por los territorios de Alajuela, Heredia y Puntarenas, con 176.981 habitantes; y una prefectura apostólica para la provincia de Guanacaste con 41.511 habitantes. Para él, esta división era más justa por la cantidad de personas por diócesis y en esto Monestel no dejaba de tener cierta razón, pero no era el único motivo que se debía tener en cuenta a la hora de realizar una división eclesiástica.
Ante esta idea Marenco, único encargado por parte de la Santa Sede de llevar adelante la división de la diócesis-país, explotó en ira en contra de la intromisión de Monestel. Acto que hizo constar en una carta fechada el 31 de diciembre de 1919 a la curia romana donde explicó todo lo sucedido.
La respuesta de Roma se dio el 20 de febrero de 1920, en la que se le indicó a Marenco dos puntos. El primero, que nadie más que él fuese la voz eclesiástica en la división de la diócesis, y, el segundo, que, si el gobierno deseaba una diócesis mejor que un vicariato o prefectura en el Occidente, no habría problema en que la sede fuese Alajuela. Por ende, se podían crear la diócesis en Alajuela (reuniendo a Guanacaste y Puntarenas) la Arquidiócesis de San José (con Cartago y Heredia) y el vicariato en Limón. Esto dejaba claro que Roma aceptaba el cambio a favor de Alajuela, pero no el eliminar el vicariato apostólico en Limón
Electo Julio Acosta como presidente del país en 1920, Marenco le visitó para presentarle la idea. Este la aceptó y se comprometió en colaborar económicamente con los nuevos obispos. Inclusive indicó que era de su agrado que el lugar de la diócesis sufragánea de San José en Occidente tuviese sede en Alajuela, esto debido a que ahí era donde él había nacido -San Ramón- y vivían aún sus familiares.
Marenco comunicó esto a Roma el 30 de junio de 1920. La curia romana, para mantener las buenas relaciones con los gobernantes del país, aceptó y se cambió la geografía de las nuevas sedes episcopales, las cuales quedaron conformadas así: la arquidiócesis de San José con el territorio de las provincias de San José, Cartago y Heredia; la diócesis de Alajuela, con los territorios de Alajuela, Guanacaste y Puntarenas; y el vicariato apostólico con solo la provincia de Limón. Lo anterior lo ratificó la Bula “Praedecessorum Nostrorum” de Benedicto XV el 16 de febrero de 1921.
José Aurelio Sandí Morales
Universidad Nacional
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