La participación, legitimación y respaldo de los sacerdotes católicos en las fiestas del 15 de setiembre entre 1824 hasta 1920
Como parte de los elementos heredados desde la colonia y que sobrepasaron al tránsito de la independencia, se encuentra la participación en conjunto de autoridades civiles y religiosas en eventos o fiestas a las cuales se les deseó dar un carácter tanto nacional como solemne. La celebración de la independencia fue una de ellas.
Por ejemplo, como bien ha indicado el historiador David Díaz, desde los primeros años que se celebró el 15 de septiembre como fecha de la independencia, el clero católico fue un actor de primer orden en los eventos realizados en torno a la celebración. Esto lo hacían tomando parte de los actos civiles, pero también ejecutando sus ritos como la eucaristía y el Te Deum. Ambos, como muestra de agradecimiento a Dios por los favores concedidos, pero también porque ambos ritos eran vistos como el aporte que la Iglesia en general daba al decoro y realce de la celebración. Esta visión fue compartida también por los mismos personeros del gobierno.
Como muestra de ello, en 1851, ya creada la diócesis de Costa Rica, pero sin que hubiese llegado Mons. Anselmo Llorente a tomar posesión, el gobierno civil del país comunicó mediante una carta firmada por Telésforo Peralta al Vicario Capitular, José Gabriel del Campo, que la autoridad civil lo invitó a él y al resto de clérigos de la capital a participar de los actos religiosos que se “celebrarán para conmemorar el día de la Patria y la declaración de la República libre y soberana”. Esto a raíz de lo que significaba la participación del clero en estos eventos.
Este accionar no quedó solamente en la capital. Un ejemplo de ello fue en Cartago en 1860, la gobernación de dicha provincia le comunicó al párroco de la ciudad que organizara y ejecutara el acto religioso que debía desarrollarse por ser un día de fiesta nacional en el cual se debía agradecer a Dios por la libertad de Costa Rica.
Este tipo de invitaciones se repitieron y tanto con Mons. Llorente, primero obispo de Costa Rica, pero de igual manera con Mons. Luigi Bruschetti, Delegado Apostólico entre 1877-1880, Mons. Bernardo Thiel y Mons. Juan Stork, segundo y tercer obispo de Costa Rica respectivamente. En el caso de Thiel, en los años posteriores a 1884, existió un descenso en las invitaciones por las realidades que se vivieron en la relación Estado-Iglesia y el intento por distanciar ambas instituciones. Sin embargo, esto no quiere decir que no se le haya invitado al prelado josefino durante su episcopado a dichos eventos, o que en diferentes localidades del país desapareciera del todo la participación de los presbíteros católicos en actos civiles como religiosos en torno a la fiesta del 15 de setiembre.
Muestra de lo anterior, fueron los actos civiles-religiosos que se desarrollaron Santa Bárbara de Heredia en 1903, en 1905 en Paraíso, en Santiago de Puriscal, en Barva, en Desamparados y en Naranjo en 1906, en Atenas en 1907, en Grecia en 1908 y en 1911 en Heredia, en torno a la fiesta septembrina, siendo obispo de San José Mons. Stork. Si bien a finales del siglo XIX hubo un decrecimiento en la participación del clero en los actos civiles en la capital, Mons. Thiel y otras personas más de la Iglesia católica tuvieron su participación en medio de las fiestas en torno al 15 de septiembre.
La más representativas de estas participaciones fue en 1891, cuando el gobierno civil deseó darle realce a la Campaña Nacional desarrollada entre 1856-1857 en medio de las fiestas del 15 de setiembre. En ese año se inauguró el monumento dedicado a Juan Santamaría en Alajuela. Acto al cual se invitó a Mons. Thiel, pero solo como participante, sin que tomara la palabra o realizara “algo” aparte, más allá de ser testigo “presencial” del hecho.
De manera “sorpresiva” y de “última hora”, se le solicitó al prelado que ejecutara un Te Deum y diera unas palabras sobre el homenaje que se le rendía al “héroe” de la batalla de Rivas. Thiel no desaprovechó la oportunidad y además de realizar el acto religioso de acción de gracias a Dios, secundó el plan estatal, pues en su disertación vinculó la fiesta septembrina con el homenaje a Juan Santamaría.
El Ordinario de San José indicó que dicha fecha era de gran júbilo por ser la fiesta de “la proclamación de la independencia”. Fecha en el cual se le unía un homenaje en el cual “celebra la patria dignamente á uno de sus hijos que con heroísmo sin igual ha contribuido de un modo brillante á conservar esta misma independencia”.
Acto seguido Mons. Thiel explicó que tanto la independencia como el proceder de Santamaría eran muestra de una manifestación de amor por parte de Dios al pueblo costarricense. El obispo presentó la independencia como “un beneficio inmenso de la Divina Providencia, que gobierna la humanidad y quiere su división en naciones distintas, á fin de estimular á los hombres y facilitarles por este medio el mejor alcance de los bienes que la tierra puede brindarles”. Por su parte, la quema del mesón de Guerra por parte de Juan Santamaría, lo catalogó con un acto de “heroísmo rarísimo” que debía ser comprendido, de nuevo, como “un beneficio del Supremo Creador de la naturaleza humana, que entre tantos dones con que la ha regalado, ha sembrado también en el corazón humano el heroísmo y el patriotismo verdadero”.
Estas ideas expresadas por Mons. Thiel deben ser entendidas dentro de un contexto nacional y no solo como un “discurso” pronunciado en torno a una fiesta nacional. El involucrar a Dios en ambos hechos se explican si se tiene claro la realidad del momento, pues el periodo de entre 1882 y 1896 fue el lapso en el que se desarrollaron unas de las tensiones más fuertes que ha vivido la relación jerarquía católica-gobernantes civiles. En particular, por el proceso de secularización que parte de un grupo de la sociedad deseaba.
Por ello, Mons. Thiel no malgastó la solicitud a “última” hora de realizar un Te Deum dentro de las actividades del 15 de septiembre de 1891, e involucrar, de nueva cuenta a Dios en la historia de Costa Rica. El argumentar que tanto la independencia, como el acto heroico de la quema del mesón habían sido obsequios de la Divina Providencia, fueron con el objetivo de dejarle claro a la sociedad y a los gobernantes lo importante que era Dios para este pueblo. Al punto de llegar a actuar por su bien, mediante el accionar de seres humanos que condujeron y defendieron la independencia, como fue los que la firmaron y el que la protegió.
Estos ejemplos acá citados son muestra de esa participación, respaldo y legitimación que la jerarquía católica dio a la fiesta del 15 de septiembre en el periodo de 70 años acá expuestos.
Mariana
Blanco Ortiz y José Aurelio Sandí Morales
Universidad Nacional
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