En
medio de los preparativos finales para ir a la guerra contra los
filibusteros, el gobierno eclesiástico de Costa Rica publicó el 22
de noviembre de 1855, un edicto en el cual su intención era
incentivar al pueblo y a los soldados a defender la patria. En el
texto Mons. Llorente llamó a los hermanos e hijos en Jesucristo,
habitantes de este país, a luchar en defensa de la religión, la
patria, las instituciones, la libertad y la vida de los
costarricenses, que se hallaban en inminente riesgo. Esto a causa de
los proscritos que habían llegado a Nicaragua y que habían
ocasionado que dicha tierra se encontrase guiada por el frenesí, el
odio y la venganza. Estas “heces
corrompidas de otras naciones”
-como las llamó Llorente-, se encontraron bien pronto dueños y
señores de Nicaragua; y además tenían la idea de crecer y
extenderse sobre nuestro suelo, expresaba el prelado. Estos
advenedizos enemigos de la Santa Religión Llorente los veía como
hombres desenfrenados en sus pasiones que vienen a profanar “nuestros
templos, nuestros altares, nuestra ley y nuestras castas esposas é
inocentes hijas”,
que unido a su ambición por la riqueza se harían dueños a la
fuerza de nuestras propiedades.
Por
lo anterior Mons. Llorente no dudó en incentivar a sus feligreses a
pelear por sus vidas, por sus leyes y por sus esposas e hijos. De
igual manera los incitó a que era preferible morir con denuedo antes
que sufrir el duro yugo de los que pretendían esclavizarlos. El
obispo, para alentar al pueblo en la lucha, recurrió a ejemplos
bíblicos, asegurando que de la misma manera como Dios libró de las
llamas a Ananías, Azaría y a Missael y a Daniel de la boca de los
leones, así también protegería a los costarricense, pues es el
mismo “Dios
que en defensa de su pueblo destruyó en una sola noche ciento
ochenta y cinco mil hombres del ejército de Senacherib,… y si Dios
está en favor nuestro ¿quién podrá contra nosotros?".
Un día antes de salir en marcha hacia Guanacaste para enfrentar al enemigo, y por petición del mismo presidente de la República Mons., Llorente se dirigió al Ejército Expedicionario reunido en San José. El objetivo era claro, indicarles a los soldados su obligación de ser obedientes a sus superiores en los trabajos que tal empresa demandaría. El Obispo de Costa Rica les habló a los soldados recordándoles “la estrecha obligacion que como cristianos y ciudadanos (la negrita es nuestra) habéis contraído de defender los derechos de vuestra patria, que amenazada hoy mas que nunca por hombres llenos de ambicion y codicia, intentan despojarnos de los mayores bienes que disfrutamos, hollar nuestra religión santa, arrebatar lo que con tantos sudores habeis adquirido, derrocar al Gobierno benéfico que con tanto tino os dirije, y sujetaros á una porción de forajidos que sin patria intenta apropiarse la agena y esclavizarla”. Llorente destacó los ultrajes que Walker y los suyos había cometido contra la religión santa y contra los pobladores nicaragüenses, al indicar que: “han tenido la insolencia de apropiarse la muger agena, entregándosela á un adúltero y prohibiendo severamente al legítimo esposo hasta el pasar por su propia casa”.
![]() |
Anselmo Llorente y Lafuente I Obispo de San José |
Un día antes de salir en marcha hacia Guanacaste para enfrentar al enemigo, y por petición del mismo presidente de la República Mons., Llorente se dirigió al Ejército Expedicionario reunido en San José. El objetivo era claro, indicarles a los soldados su obligación de ser obedientes a sus superiores en los trabajos que tal empresa demandaría. El Obispo de Costa Rica les habló a los soldados recordándoles “la estrecha obligacion que como cristianos y ciudadanos (la negrita es nuestra) habéis contraído de defender los derechos de vuestra patria, que amenazada hoy mas que nunca por hombres llenos de ambicion y codicia, intentan despojarnos de los mayores bienes que disfrutamos, hollar nuestra religión santa, arrebatar lo que con tantos sudores habeis adquirido, derrocar al Gobierno benéfico que con tanto tino os dirije, y sujetaros á una porción de forajidos que sin patria intenta apropiarse la agena y esclavizarla”. Llorente destacó los ultrajes que Walker y los suyos había cometido contra la religión santa y contra los pobladores nicaragüenses, al indicar que: “han tenido la insolencia de apropiarse la muger agena, entregándosela á un adúltero y prohibiendo severamente al legítimo esposo hasta el pasar por su propia casa”.
En
la misma alocución Mons. Llorente alentó e incitó a las tropas
mencionando que: “No
permita el Dios de las misericordias que caigamos en manos de tales
enemigos. Contamos con la justicia de nuestra causa, con la
protección del cielo y con nuestras valientes tropas que antes
querran morir con gloria y honor que ver conculcada la religion
santa, profanados los templos y sumerjida su patria en un abismo de
males.” El
prelado concluyó indicando que:
“Todo anuncia vuestro triunfo: su número es muy poco, y debeis
contar que vuestros hermanos los Nicaragüenses harán con vosotros
causa comun”.
Además, solicitó a los jefes militares a ser ellos “los
primeros en dar ejemplo de vuestra obediencia al Supremo Gobierno
[…] y enseñad al soldado con vuestro ejemplo a arrostrar los
peligros poniendo vuestra confianza en el Dios de las batallas”.
El mismo Mons. Llorente exhortó a todos proponiendo: “Id,
pues, llenos de confianza en que vuestro triunfo sentí seguro;
mientras tanto los que quedamos acompañando á vuestras familias
dirijamos nuestras súplicas por vuestro buen éxito al Dios, de las
misericordias.”
Con estos dos documentos que Mons. Llorente dirigió al pueblo y al Ejército Expedicionario, se evidencia de nuevo la unión tan cercana entre el Estado y la Iglesia, en una causa común. Misma que el prelado presentó bajo la premisa de una Guerra Santa contra un enemigo de la religión de los costarricenses, los cuales al ser cristianos y ciudadanos estaban en la obligación de defender a la patria, al presidente y a la santa religión católica, pilares de aquella sociedad.
Con estos dos documentos que Mons. Llorente dirigió al pueblo y al Ejército Expedicionario, se evidencia de nuevo la unión tan cercana entre el Estado y la Iglesia, en una causa común. Misma que el prelado presentó bajo la premisa de una Guerra Santa contra un enemigo de la religión de los costarricenses, los cuales al ser cristianos y ciudadanos estaban en la obligación de defender a la patria, al presidente y a la santa religión católica, pilares de aquella sociedad.
Para saber más.
- José Aurelio Sandí Morales, Estado e Iglesia católica en Costa Rica 1850-1920; en Los procesos de control del espacio geográfico y la creación de un modelo costarricense, Publicaciones Universidad Nacional, Heredia, Costa rica, 2012.
- Jeimy Trejos Salazar (Comp.), La iglesia católica en la Campaña Nacional (1856-1857), EUNED, San José, Costa Rica, 2011.
José Aurelio Sandí Morales
Universidad Nacional
Comentarios
Publicar un comentario